Podría decirse que Pedro Pu Callaf,
Peret, es nuestro Johnny Cash.
Nacido en Mataró en 1935, alterna
desde muy joven su pasión por la música con la venta ambulante de
trapos hasta que llega su consolidación artística en los años 70.
Fue,
sino el inventor (eso se lo dejamos al Pescadilla), el rey de la
rumba catalana. El
gitano Antón
o Borriquito
fueron algunos de sus bombazos que llegaron a ser número 1 en
diversos países extranjeros.
Harto de fama y pachangueo, deja su
faceta artística para dedicarse en cuerpo y alma a su labor como
pastor en la iglesia evangélica adoptando el nombre de Padre Pedro.
Después de darle hasta la última peseta a Dios y perder el útimo
pelo, decide abandonar la labor evangélica y vuelve a los
escenarios, aunque no tarda mucho en enfermar.
A Peret siempre lo acompañaba a las
palmas El Tío Toni, también conocido como “El palmero de las
gafas”, y son famosas sus declaraciones diciendo que le debía todo
a las palmas, que sin ellas no habría rumba. Pues si el Tío Toni
moría a principios de agosto de 2014, Peret lo haría tan solo un
par de semanas después.
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