miércoles, 14 de noviembre de 2018

STAN LEE

 Parecía que el viejo Stan no se iba a morir nunca pero al final se fue. Por su culpa estuve flipado gran parte de mi infancia; era algo así como el joven Don Quijote ferrolano, tenía la mente frita por los cómics de superhéroes. A los once años mi cerebro de mosquito pensaba, muy en serio, que quizás se manifestaría en mí algún tipo de superpoder a eso de los  doce o trece, por mordedura animal, de insecto o en plan mutante, me daba igual. Estuve esperando pero, nada, al final lo único que se manifestó en mí fueron unas ganas locas de masturbarme compulsivamente, como si me hubiese mordido el mono Paco en el cogote, contagiándome su afición al noble deporte de mano.
Qué suerte tenemos de que hayas existido y que hayas vivido tanto. Hasta siempre, señor Lee.

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